BORN – 1952

T.B. Mi padre se ganaba la vida como contable, pero era músico. Era un hombre extraordinario. No sé si ha habido otro como él, yo creo que no. Papá había perdido a su padre muy joven y lo metieron interno en un colegio donde adquirió una cultura muy amplia y aprendió a tocar el piano. Luego, en el servicio militar, aprendió a tocar la trompa; después, el clarinete

XL. También estuvo en la cárcel.

T.B. Sí, por ideología, nada más terminar la guerra; estuvo solo tres meses porque no tenían nada contra él.

XL. Usted tenía entonces seis años.

T.B. Pero recuerdo perfectamente que fuimos mi padre, mi madre y yo a una comisaría. Yo no sabía lo que pasaba pero vi que mi madre se abrazó a papá y que luego papá desapareció. Se lo llevaron directo a la cárcel.

XL. ¿Iban a verlo?

T.B. Sí, sí, pero la única que podía entrar dentro era yo porque, como era la pequeña, mi madre me metía en un torno que había, lo hacían girar y me colaban dentro como si fuera un paquete. Papá me abrazaba, me besaba y lloraba sin que yo entendiera por qué. Luego, me devolvía por el torno y yo les contaba a mamá y a mis hermanos que papá lloraba.

A los 15 años le dio un ataque místico, se escapó de casa y se metió en un convento en Alcalá de Henares.

T.B. [Ríe]. Siempre he sido muy mística. Me fui al convento para quedarme porque quería ser monja. Lo único que no me gustaba era levantarme a maitines, eso era horroroso. Al cabo de un tiempo, me mandaron un telegrama en el que me decían que, del disgusto, papá no podía respirar. Como yo a mi padre lo adoraba, fui a verlo y, a los pocos minutos de llegar a casa, se le pasó el asma. ¡Puro teatro! Pero comprendí que no podía darle un disgusto así y dejé el convento.

¡Clausura! Parece una mujer de extremos. o todo o nada.

T.B. Sí, cuando me meto en algo, me entrego. Además, yo me veía guapísima con el hábito. Se notaba ya la sangre del teatro que corría por mis venas [se ríe]. Mi padre me dijo que, cuando cumpliera 21 años, podía irme al convento si quería y que mamá y él se irían a vivir a una casita al lado para poder estar cerca. ¡Fíjate qué padre tenía yo!

XL. Estudió música en el conservatorio de Madrid y, antes de entrar en Juventudes Musicales, trabajó en el cine.

T.B. [Se ríe]. Yo tenía que ganarme la vida como fuera. Me había metido en un coro y me debieron de ver mona y que cantaba bien porque me ofrecieron hacer una segunda voz con Juanito Valderrama. Luego trabajé con Carmen Sevilla, con Juanita Reina La verdad es que me podía haber quedado en el cine o en el flamenco, porque me di cuenta entonces de que yo era una artista.

Guridi fue mi maestro de órgano. Al principio yo tocaba el órgano e iba a clases con él y, de repente, empecé a cantar. Le pregunté qué le parecía y me dijo: «Eres la que mejor me hace los puntillos de Cómo quieres que adivine». Aquello de hacer bien los puntillos me encantó.

Lola descubrió que a mi voz le iba muy bien Rossini y que yo le iba muy bien a su música, y me puso a estudiarlo. Lo primero que me dijo fue que aprendiera el dueto de Dunque io son? de El barbero de Sevilla. Me tuvo casi un año haciendo ejercicios para enseñarme a cantar y darme una técnica, que, por cierto, fue la de Manuel García, cuya existencia parecen haber descubierto repentinamente hace un par de años, aunque nosotras ya estudiábamos con su libro; lo había traído mi maestra de Inglaterra. Con lo cual, ahí están Manuel García y Rossini. No está mal para aprender a cantar.

Y a Mozart me lo descubrió mi padre, sí: yo tocaba la Sonata en do mayor con un solo dedo, muy despacito, y cuando mi padre se iba a trabajar la estudiaba sola para que, cuando volviese, viera que había practicado y que me la sabía bien. Así que el día que la pude tocar con las dos manos me pareció una maravilla. Aunque mi padre era muy wagneriano, lo primero que me enseñó fue Mozart, y mi maestra, Rossini.

En la zarzuela empecé diciendo una frase y luego, un día, se puso mala la cantante que hacía el papel de la Beltrana en Doña Francisquita. Yo cantaba en el coro y Ataúlfo Argenta me dijo que me aprendiera esa parte porque había que terminar el disco. Y canté la Beltrana, que no la volví a cantar porque para mí era demasiado dramática. Aunque en el disco aparece el nombre de otra señora, la Beltrana soy yo.


En 1951 Teresa Berganza gana el premio fin de carrera Lucrecia Arana cantando los Lieder Eines Fabrenden Gesellen de Gustav Mahler.

La hermana San Sulpicio. Director: Luis Lucia

1951 (October). Agua, azucarillos y aguardiente (F. Chueca)
Toñy Rosado (Pepa), Ana María Iriarte (Manuela), Teresa Berganza (Mamá/Garibaldi), María Ángeles Charchena (Asia), Antonio Pérez Bayod (Serafín), Juan Encabo (Vicente), Manuel Ortega (Lorenzo)
Conductor: Ataúlfo Argenta. Orquesta de Cámara de Madrid. Coro cantores de Madrid
Alhambra MC 25000